Por Oscar Valdovinos / Abogado laboralista / El discutible método que se utilizó para reducir la oferta de candidatos presidenciales produjo varias consecuencias negativas, entre ellas, que Jorge Taiana dejara de ser una opción que, sin duda, hubiese recibido el apoyo de un sector relevante del electorado más comprometido con la corriente nacional, popular y transformadora que se expresa a través del FpV. Hay que reconocer que las opciones sobrevivientes, en cambio, están poco dotadas de matices como para atraer a ese electorado.

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No obstante, los que apoyamos la conducción de Néstor y Cristina Kirchner en estos 12 años, tenemos un primer deber insoslayable que consiste en asegurar que el próximo gobierno pertenezca al Frente para la Victoria. No hay consideración política alguna que justifique, bajo ninguna circunstancia, dejar de hacer todo lo posible para conservar el gobierno.
No ignoro que algunos han consideran la posibilidad de replegarse, resguardando la pureza de las banderas -y, de paso, atribuyéndose su monopolio- para retornar, dentro de cuatro u ocho años, en condiciones más propicias. Adoptar una táctica semejante, tengo la certeza, conduciría hacia un error imperdonable.
Es indudable que el proceso tenderá a polarizarse entre quien en definitiva sea el candidato del FpV y Macri. Sabemos que Macri expresa a un neoconservadurismo engañoso que encubre el propósito de impulsar un proceso regresivo que recorte derechos, reimplante prácticas represivas, profundice las tendencias a la primarización, extranjerización y concentración de la economía, consolide las políticas causantes de marginalidad y exclusión y ahonde la brecha de la desigualdad. Todo eso bajo la apariencia marketinera y descontracturada de líder sin brillo intelectual y sin vocación por el esfuerzo. Nadie tiene derecho a facilitar esos designios porque no se entusiasme por el candidato.
La nueva derecha llegó después que el trabajo sucio hecho por los que manejaron el mundo desde Ronald Reagan y Margaret Thatcher. El neoliberalismo ya rediseñó la economía y la escala de valores que rigen la sociedad universal. El Estado fue declarado “culpable”, la política considerada una actividad innoble, los pueblos pasaron a ser “gente”, las causas colectivas se diluyeron y sólo el éxito económico individual quedó como ideal en una sociedad insolidaria, que se banaliza minuto a minuto. En ese escenario debutó la derecha cool, aparentando llegar desde afuera de la política, sólo preocupada por la eficiencia de la gestión, como si el conflicto no existiera y ella fuera ajena a los intereses de clase. Esa prédica neocon, después de la catástrofe de principios de siglo, ha colonizado el sentido de gran parte de la clase media urbana. Y la clase media urbana es un componente indispensable de la mayoría electoral que se necesita para llevar adelante la transformación de la sociedad por medios democráticos.
La coyuntura es propicia para recordar que la Historia no espera. Los dirigentes y los militantes quizá puedan esperar, pero no tienen derecho a hacerlo a costa del sufrimiento de las masas populares ni del retroceso en el terreno ya ganado ni del riesgo de que los derechos humanos vuelvan a ser una abstracción sin culpables ni genocidas.
El segundo deber consiste en ayudar a que quien gobierne por el FpV lo haga lo mejor posible. O sea, contribuir -participando, colaborando, presionando- para que las políticas correctas se mantengan y desarrollen y para que los errores se corrijan en un sentido favorable a la causa de la liberación. Esa labor empieza ahora, pactando los resguardos instrumentales y programáticos indispensables para asegurar que se promoverá el desarrollo pleno de nuestro potencial productivo y que la riqueza producida se pondrá al servicio de la inclusión, de la justicia social y de la igualdad entendida no sólo como la distribución equitativa de los bienes materiales sino también como garantía del acceso de todos a la excelencia educativa, al conocimiento científico y al goce de los frutos de la creación artística, en el marco de un nuevo consenso social y del rediseño de una sociedad moderna y justa.

Scioli, Randazzo, fortalezas, debilidades y polémicas.

Daniel Scioli dista de colmar las aspiraciones de quienes evaluamos la etapa kirchnerista como el intento más serio, después del primer peronismo, de cambiar la sociedad desde el Estado. Está claro que no coincide con el “identikit” del candidato imaginado por el kirchnerismo avanzado. Tampoco lo pretende. En verdad, él aspira a expresar al peronismo kirchnerista promedio y por eso, seguramente, posee la mayor intención de voto. No obstante, Néstor y Cristina le confiaron las más altas responsabilidades y fue leal a ese mandato. Su pertenencia al espacio del FpV es incuestionable.
También Florencio Randazzo pertenece legítimamente a ese espacio. Ahora bien, de allí a creer que está a la izquierda de Scioli y que expresa una propuesta articulada para afrontar el futuro extendiendo y profundizando lo ya hecho, media una distancia que sólo podría recorrerse con una imaginación excesiva o una candidez importante.
Está claro que el único candidato con posibilidades ciertas y amplias de derrotar a Macri en primera vuelta o en un eventual ballotage es Scioli. Sólo él asegura conservar el gobierno, que es el primer objetivo a alcanzar. No es el candidato del kirchnerismo más comprometido, pero es el candidato de los más y el único que suma votos adicionales, porque ha logrado permear los prejuicios de sectores medios que tampoco quieren un cambio regresivo. Seguramente no asegura la profundización de los ejes del proyecto ni ir por todo “lo que falta”. Pero es precisamente para eso que están los sectores más cercanos a Néstor y Cristina, para ayudarlo, impulsarlo, exigirle y, si fuera necesario, enfrentarlo. Y esta parte de nuestro papel debe empezar a ejecutarse ahora, no cuando todo esté resuelto y la capacidad para incidir se exhiba menoscabada por no haberla ejercido oportunamente.
La militancia no es un juego ni un medio para preservar el confort espiritual. Por el contrario, es una misión dura, riesgosa, muchas veces amarga, porque suele alejar a de otros deberes entrañables como son los que imponen los vínculos familiares, la amistad, el amor. Pero es así y el militante lo elige. En ese marco hay que tomar decisiones con responsabilidad y adoptar la mejor opción posible, la que mejor sirva al proyecto colectivo, evitando ser funcional a Macri.
No es más revolucionario el que se aísla en la solitud altanera y desdeñosa de las vanguardias. Sí lo es, en cambio, el que se compromete genuinamente con la construcción de una sociedad más justa, sabiendo que sólo puede ser el fruto de una obra colectiva y que, porque lo sabe, avanza con el conjunto, a su mismo paso, procurando desde allí, junto a todos, acelerar el ritmo de marcha, elevar el nivel de conciencia, clarificar los objetivos y convertir a ese conjunto en un sujeto político capaz de cambiar el rumbo de la historia.

(La Nota digital)

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