Atrás quedaron los tiempos en que la sociedad fijaba lo que estaba bien y lo que estaba mal. Condenando muy duramente con quienes transgredían sus límites. Haciéndoles sentir la el peso de su desaprobación por la desviación en la que se había incurrido. Haciéndolos moralmente responsables a sus padres, por las conductas desviadas de sus hijos.
Hoy, los nuevos profetas que conducen a la sociedad, es decir quienes están a su vanguardia ordenando y conduciendo sus consumos, han conseguido ubicarla prácticamente, como uno más del grupo de pertenencia. Es decir, como un adolescente más. Mostrándose la más transgresora de todos. Impulsando el consumo de lo que, por encargo, le encomiendan vender. Dejando de lado la promoción de las conductas edificantes y virtuosas, al ámbito exclusivo de la familia. La que a su vez ha trasladado la responsabilidad de comportarse correcta y adecuadamente, a la decisión de cada uno de sus hijos menores. En función de una pretendida libertad de elección. Es decir, impulsándolos a elegir lo más libremente posible, sin ningún tipo de condicionamientos que coarten esa sagrada libertad.
Pudiendo observarse como las consideradas transgresiones de otra época, que hoy se observan como normales y naturales. Se materializan contra los restos de condicionantes que pone la familia y a contrapelo de la autoridad que impone el Estado cuando exige el cumplimiento de las disposiciones vigentes. Cuando, además, se dispone a poner en caja a las desviaciones que atentan contra la vida propia y ajena. Esas desviaciones que complican el funcionamiento del conjunto y sobre todo, que desequilibran la salud pública.
Comprobándose como, con la sociedad confundida a la cabeza, un gran porcentaje de las familias, se suman a derribar los diques de contención que sus padres y abuelos habían levantado para contener el despropósito. Observándose, como ahora, todo resulta posible.
Es que la subjetividad de la sociedad ya no está regida por los moralistas ni por las instituciones religiosas de entonces, sino por los nuevos profetas del consumo y del disfrute. Promoviendo el consumo de todo lo que a las personas, sobre todo a las más jóvenes, les pongan al alcance de la mano.
Quizás, porque ya no necesitan, que el conjunto mayoritario de las personas, se comporten disciplinadamente, para ser incorporadas posteriormente al mundo del trabajo. Que, por lo que se observa para el futuro, existirá solo para pocos.
Pretendiendo entonces, incentivarlas hacia el consumo exacerbado de toda la diversión y el entretenimiento posible, para que de esa manera se asocien al espectáculo del consumo y del dispendio. Sin importarle en absoluto de donde provienen los fondos con que se financian los consumos. Movilizando con sus demandas, hasta el agotamiento, las posibilidades económicas de los integrantes de la familia. Para pasar luego a movilizar los fondos de los demás integrantes de la comunidad. Observándose como las condiciones de seguridad, se esfuman aceleradamente.
Porque convengamos, que los fondos para la concreción de ciertos y determinados consumos, se obtienen en principio de la apropiación de estos, de entre los miembros de las familias con ingresos. Para pasar luego a financiarlos, con los dineros obtenidos por comportamientos reñidos con las leyes, de los demás integrantes de la comunidad. Aumentando la inseguridad ciudadana, que genera el gran negocio derivado de la misma. Inseguridad que también se encarga tecnológicamente de solucionar, vendiendo artefactos y sistemas para contrarrestarla. Resultados que solo logra por un cierto y determinado tiempo.
Es decir, que con la incentivación del consumo exacerbado y con el derribamiento de los límites morales y éticos, la sociedad de consumo se comporta, extrayendo y movilizando las posibilidades económicas que brindan los ingresos, para asignarlos, acelerando su circulación, hacia sus distintos destinos.
Creando una sociedad minoritaria que produce crea y consume de lo que produce. Y otra sociedad conviviente, que consume más de lo que produce, trastocando las condiciones generales que terminan condicionando los consumos de la sociedad productiva. Que obligadamente, además, consume en instrumentos de autoprotección.
Incorporándose a la sociedad productiva, solo la parte de la sociedad que observe comportamientos y conductas adecuadas. Quedando para su sostenimiento, a cargo de los Estados, la parte de las sociedades que no observen las conductas que exige la sociedad productiva. Aquellos que de tanto transgredir se han auto-marginado.
(La Nota digital)













