Los movimientos de la oposición son sencillos: están en contra, aun antes de que se conozcan los proyectos del kirchnerismo. Y arman bataholas donde se disuelve el contenido de esos proyectos. Donde deja de importar el fondo para importar la forma. O a la inversa. Pero hay que encontrarle, siempre, una razón para estar en contra.
Por Lucas Carrasco.
Llevamos 10 años de proceso kirchnerista. Es difícil que exista una persona que esté de acuerdo en absolutamente todo lo hecho. Pero parece que estar en contra, absolutamente, de todo lo hecho, está bien. Por lo menos para los grandes medios y los intereses, porque acá está el meollo del asunto, que esa oposición representa.
Es muy simple: la oposición la dirige el Partido Clarín, que le da letra, prensa y relevancia, sustituyendo la paciente tarea que caracteriza al peronismo, de patear la calle, convencer, persuadir, militar, usar incluso pecheras. Y aguantarse el cualunquismo antipolítico que abunda, principalmente, en las clases acomodadas.
Reemplazar la militancia por el aparato de Clarín tiene estos costos: como el Partido Clarín no puede decir qué intereses defiende y como esos intereses, vinculados con el Fútbol Para Todos, la Ley de Medios, Papel Prensa, las AFJP, la deuda externa y un largo etcétera, ya están legal, legítimamente saldados, la única posibilidad de voltear la legalidad es volteando al gobierno. Así de sencillo.
La histeria, desordenada y a veces pueril, que mezcla denuncias con asidero con denuncias de bolacero, críticas necesarias con críticas estrafalarias, insultos con indultos a todo aquel enemigo de Clarín que pase a ser enemigo del gobierno, como Hugo Moyano, Luis Barrionuevo, Jorge Lanata.
Sólo se explican desde el prisma donde, estratégicamente, todo sirve si es para deslegitimar la ideología K, golpear al gobierno por derecha y por izquierda, con el objetivo de que el conjunto de las políticas K sean impugnadas y colar ahí los intereses monopólicos que por sí mismos son muy difíciles de defender.
Y, entonces, el clima político se torna irrespirable. Asquea. Las discusiones mínimas -como cuestiones de reglamento en la Cámara de Diputados- sirven para reorganizar la batahola constante y chillante, sin importar que lo que está en juego puede ser poco, mucho o, sencillamente, nada. Como sucedió muchas veces con mentiras disparatadas.
La república, por carecer de alternancia y tener una oposición que no conduce su legítimo espacio sino que es hablada, conducida y dirigida por los grandes medios de comunicación, está renga. El sistema político funciona razonablemente bien, de todos modos. Pero esta ineficacia opositora, que deriva de la hipocresía de ser conducida y no conductora de la corriente de opinión conservadora y contraria al gobierno, genera crispación en las bases que deberían representar.
Eso explica los cacerolazos, por ejemplo.
Protestan contra el gobierno, pero salen a la calle más que por vocación militante, porque sienten un vacío. Sienten que alguien no está haciendo bien su trabajo: la oposición.
Si la oposición se libera de la tutela del Partido Clarín, podría comenzar a liderar esas importantes convocatorias que ya perdieron cualquier viso de espontaneidad, en buena hora, y deben pegar un salto de calidad: construir liderazgos o adaptar los disponibles.
Si, en cambio, prosigue por este camino de constantes derrotas y frustraciones, la gente que piensa distinto al gobierno y se moviliza encontrará la manera de canalizar sus demandas. Construirá sus propios liderazgos. Esa es la disyuntiva que tienen hoy los partidos opositores. Es con ellos o contra ellos.
Fuente: Crónica
(La Nota digital)













