El Estado invierte acertadamente un porcentaje muy elevado del Producto Bruto Interno (PBI), un 6,45% destinándolo a la educación. Algo esencial si pretendemos avanzar con un país industrial que comercialice con el mundo productos industrialmente elaborados y no solo materias primas como es nuestra tradición. Ya que sin una buena educación y una correcta preparación de nuestro recurso humano es imposible siquiera soñar con semejante objetivo. Ese país industrial al que aspiramos, permitirá mayor inclusión de las nuevas generaciones en el mundo del trabajo y además, sostener un salario elevado.

Para llegar a ese objetivo muchas cosas deben cambiar además de producir un incremento tan significativo del porcentaje del PBI destinando dinero al sistema educativo. Ya que el daño causado por el vaciamiento experimentado durante tanto tiempo, no es posible de ser revertido solamente destinando más dinero. Aunque sin la requerida inversión de estos últimos años, como paso previo, nada más hubiera podido hacerse.

Sucede que lamentablemente, venimos de años donde se atacó de frente, con pretensiones de eliminación a la educación técnica, que es la que primordialmente prepara a las personas para el trabajo industrial. Fue durante la década de los noventa, pero en realidad la destrucción comienza desde que se pusiera en marcha el golpe militar en marzo de 1976, cuando se eliminara el impuesto que destinaba fondos a la modalidad. Y si bien, el golpe de gracia no fue posible hasta los años noventa, porque existían dentro de la modalidad cuadros de primera línea sólidamente formados, que resistieron los embates que con topadoras avanzaban sobre las escuelas técnicas. Fueron el desánimo y la frustración de lo que se veía en esas épocas, los que terminaron minando las posibilidades de continuar con la implementación de políticas destinadas a seguir formando los cuadros para el futuro porvenir. Además, que las personas formadas, fueron dejando la actividad al llegarles el tiempo del retiro.

No fueron solo cosas del gobierno de la década de los noventa sino que resultaron funcional a las políticas implementadas, sectores docentes que aspiraron a quedarse con los despojos de la modalidad, solo para satisfacer sus intereses sectoriales y profesionales, desplazando a quienes transmitían conocimientos técnicos. Quienes eran los que sostenían la cultura del trabajo que agonizaba por esos tiempos.

En este sentido cabe destacar que en el mundo, los países que quieren ser o seguir siendo industriales, actúan en consecuencia formando a las nuevas generaciones. En ese sentido, mientras que en Alemania el 60 por ciento de los alumnos se capacita en estas materias en el secundario, y en Chile ese índice asciende al 50 por ciento, en la Argentina apenas llegan al 20% los chicos dispuestos a estudiar un año más en la secundaria, aunque ello les permita estar capacitados para trabajar en un oficio apenas con 19 años.

Es que la destrucción de la cultura del trabajo se hizo carne entre nosotros y es lo que recogieron los jóvenes de nuestro tiempo. Una cultura del trabajo minada no solo en los hogares marginales producto de la desocupación, sino también en las familias de clase media donde avanzaron las culturas del consumo, eclipsando la cultura del trabajo de la que se jactaban las anteriores generaciones.

Por lo que volver a recrear la cultura del trabajo es el gran objetivo que como un eje transversal debe inculcarse desde los primeros tiempos.

Eugenio García

(La Nota digital)

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