“Lamento profundamente que no esté presente Susana Bidinost (ex directora de la UP 6). Era la persona que nos entregaba, que abría la puerta de la cárcel, previo a que nos vendaran, encapucharan y nos llevaran. Ella veía que volvíamos hechas una piltrafa”, narró Oliva Cáceres, oriunda de Diamante.

Fue en el marco del plenario de la Causa Área Paraná, que ventila delitos de lesa humanidad cometidos en la capital provincial y la zona. Cáceres apuntó también contra el represor Jorge Humberto Appiani, que hacía las veces de “asesor” en los simulacros de juicio que los militares llamaron “consejos de guerra”; se refirió en similar sentido a Luis Francisco Armocida, ex subcomisario que fue apartado del proceso porque alegó incapacidad mental; y al ex policía Carlos Zapata, que está imputado pero goza de la prisión domiciliaria. Este jueves además ratificó su testimonio Susana Richardet. Ambas mujeres estuvieron alojadas en la Unidad Penal número 6 de Paraná. La audiencia pasó a un cuarto intermedio y se retomará este viernes.

Continuó este jueves el juicio contra represores imputados en la Causa Área Paraná. Ratificaron sus testimonios anteriores Oliva Cáceres de Taleb y Susana Richardet. Como se trató de dos mujeres, el juez de sentencia Leandro Ríos les ofreció hacer un relato a puertas cerradas, con el fin de proteger a las víctimas, por el tipo de abusos sufridos a los que iban a hacer referencia. “En un procedimiento común en el que se investigan abusos sexuales se hace a puertas cerradas. Mi decisión tiene una finalidad protectoria”, les señaló Ríos a cada una cuando se sentaron para declarar. Sin embargo, ambas decidieron contar su historia personal en ante el público.

En la causa se investigan secuestros y torturas en centros clandestinos de detención de la costa del Paraná contra 52 víctimas, cuatro de las cuales aún permanecen desaparecidas: Claudio Fink, Victorio Erbetta, Carlos Fernández y Pedro Sobko. Están imputados los ex militares José Anselmo Appelhans, Jorge Humberto Appiani, Oscar Ramón Obaid y Alberto Rivas, el ex policía federal Cosme Ignacio Marino Demonte, la ex carcelera Rosa Susana Bidinost, el ex policía Carlos Horacio Zapata y el médico Hugo Mario Moyano.

“Siempre escuché la voz del tal Ramiro”

La mujer ratificó las declaraciones anteriores. Señaló que estaba en su trabajo cuando la secuestraron. “Me detuvo (el ex policía, Luis Francisco) Armocida”, recordó. Dijo que la llevaron unas dos horas a la Jefatura de Policía de Diamante, luego la subieron a la parte trasera de un Ford Falcon y la taparon con una frazada. El viaje duró unos 40 minutos. Llegaron a un lugar en el que se oían pájaros y animales. Allí la desnudaron, la ataron de pies y manos a una parrilla y con música de fondo la torturaron.

“Siempre escuché la voz del tal Ramiro. Yo lo había visto en la Jefatura”, contó Richardet y acotó que también oyó otras voces que en ese momento no pudo reconocer. “Primero fueron golpes, pero como yo no hablaba ni gritaba, no decía nada, encendieron un motor.

-‘Ponele algo arriba para que no le queden tantas marcas’”, oyó decir. Entonces la cubrieron con un guardapolvo, el uniforme de su trabajo.

“Me preguntaban nombres. No fui violada, pero hubo abuso. Después me llevaron a un cuarto. Había rastros de orina y suciedad, me dejaron ahí. Vino alguien con una linterna y me alumbró a la cara, para que no lo vea. Me pidió que le muestre lo que me habían hecho. Por la forma de hablar parecía que tenía conocimientos médicos. Me dijo que si salía de ahí, me hiciera ver porque podía tener consecuencias. Le pedí agua pero me la negó porque mi cuerpo estaba cargado con electricidad. También le hablé de mi problema neurológico y le dije que tomaba dos medicamentos. Se dio cuenta que era epilepsia, lo infirió por el nombre de las drogas que le di. Me respondió que me quedara tranquila y se fue”.

El relato compacto versó sobre la primera sesión de tortura que Susana Richardet atravesó, horas después de su secuestro. En el lugar se oían las comunicaciones de una radio. La mujer recordó también que “había puerta una blanca y espacios despintados”. “A la izquierda se veían habitaciones y se escuchaba música, algo como una peña. Por el lugar pasaban constantemente con fusiles y decían: ‘acá está la guerrillera, hay que matarla’”. Contó que al día siguiente la mandaron otra vez a la parrilla, pero en esa oportunidad no le aplicaron la picana. “Ese día fue más tranquilo, hubo algunos cachetazos y golpes. Yo no tenía venda, sólo capucha. Vi que se paró alguien a mi lado. Llevaba botas. Me levantó la capucha de atrás y me dijo: ‘qué hacés acá Colorada’. Entonces escuché que armaban algo, se burlaban y se reían. Lo llevaron a Juan Torres y simularon un careo. A eso lo dirigió Ramiro. Su voz fue la que más escuché. Además, tenía olor a cigarrillo y alcohol. En el lugar también se oyó una voz con tonada, alguien rosarino o porteño. Después de eso me llevaron a un calabozo”, detalló.

Richardet narró cada detalle de lo vivido posteriormente. Dijo que escuchó “gritos desgarradores, cadenas y gemidos”. Agregó que un día, de camino al baño sintió “gente en el suelo”, y acotó que cuando llegó al sanitario el oficial que la acompañó quiso manosearla. “Cuando me lavé las manos vi un montón de fotos de gente joven”.

En la cárcel de mujeres de Paraná, el penal número 6, la vio el médico civil Mario Moyano. “Me dijo que no tenía nada, que estaba todo bien y después se fue”, acotó. “A los pocos días me llevaron a la casa del director de la UP 1 (de hombres). Estaba Ramiro y otros más armados. Eso fue a cara descubierta. Me pidieron que firme”, añadió.

La mujer también sindicó entre los represores al “asesor” de los “consejos de guerra”, Jorge Humberto Appiani. “Lo conocí cuando fue con una lista para que eligiera defensor”, precisó y describió: “En una segunda oportunidad que me pidieron que firmara en la casa del director -esa vez estaba encapuchada-, Appiani me dijo mientras me puso una pistola en la cabeza: ‘firmá Pepita la pistolera, firmá o te meto un chumbo’”.

Después vino el “Consejo de Guerra”. “Mi defensor estaba más perdido que yo. La única charla que tuve con él me dijo: ‘señora, a mi me llamaron pero no tengo idea de esto’. Luego me condenaron y él me pidió disculpas”. En el simulacro de juicio que le hicieron, la mujer no pudo escuchar lo que le decían los militares. “Me llevaron a una mesa de prueba donde había armas, panfletos y granadas. Me preguntaron si lo reconocía y dije que no. Pero pusieron que sí”.

Richardet terminó en la cárcel de Devoto, a donde fue a visitarla el doctor Eduardo Solari, el abogado defensor que le consiguió su familia. “En ese lugar vi cosas horribles, de un sadismo tremendo. Vi chicas quemadas enteras con agua caliente”.

Reconoció como compañeras a Rosario Badano, a Julia Leones y Julia Tizzoni. “Tengo un vacío respecto de la directora de la cárcel, se me borró quién era”, reconoció, antes de concluir.

“La cárcel me permitió desarrollar mucho todos los sentidos: las voces, los grillos, el olor de la mugre y el ruido de la picana no se olvidan”

Oliva Leonor Cáceres declaró tres veces en la causa. Este jueves, al igual que la deponente anterior, decidió contar al público los vejámenes sufridos a manos de represores. Pese a que el juez le advirtiera que tenía derecho de declarar a puertas cerradas, la mujer planteó: “Quiero que estén todos presentes, las vejaciones y tormentos los padecí en soledad, sin la gente que quiero que esté presente. Le agradezco la intencionalidad de proteger a las víctimas”.

Además, cuestionó la oportunidad que se le da a Appiani para peguntar sobre los “consejos de guerra”. “Es extraño que uno de los querellados pregunte sobre un ‘Consejo de Guerra’ que fue anulado por el mismo Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. Ni siquiera reconoce que lo que se hizo acá, estaba mal hecho. A veces uno intenta dignificar los lugares a los que pertenece, en parte el Consejo Supremo intentó desandar ese camino, pero resulta extraño que sabiendo que eso quedó anulado se vuelva a preguntar”, manifestó al inicio de su relato.

Después contó que el simulacro de juicio “estaba armado”. “Fue una gran puesta en escena. Adentro le faltaban las panas, estaban todos espectaculares, de uniforme militar, uniforme importante como cuando se casan. Eran trajes muy elegantes. A nosotros nos tenían aparte, nos dijeron que íbamos a ser juzgados por una serie de delitos. Se nos acercó una nómina de defensores. No eran abogados. Elegí a un hombre que iba a pasar desapercibido. Lo único que hizo fue disculparse porque no sabía mucho. Me dijo que escuche, que me iban a hablar. Bastante hilarante la situación. Por supuesto que sabíamos que nos juzgaba Zapata, el auditor Appiani y unos cuantos más que no daban su nombre. Creo que Appiani era teniente primero”, detalló.

“Ellos conducían el terror y nos tenían encapuchados. Me reprocharon que fuera integrante de Montoneros. Eso era terrible porque a ellos no les interesaba escuchar mis respuestas. En el consejo me acusaron y después hicieron la parodia de darme la palabra. Entonces dije: ‘ustedes me acusaron a mí de ser una militante, soy una persona con ideales. Dentro de los ideales está cambiar el mundo. En este mundo de ideales, quiero un mundo mejor para mis hijos, pero sabe una cosa, el mundo mejor que yo quiero no sólo es para mis hijos sino también para el de ustedes’. Ahí dijeron: ‘que la retiren’”.

“Lamento profundamente que no esté presente Bidinost, que era la persona que nos entregaba, que abría la puerta. Previo a que nos vendaran, encapucharan y nos llevaran. Ella veía que volvíamos hechas una piltrafa”.

“Lamento profundamente que no esté presente Bidinost, que era la persona que nos entregaba, que abría la puerta. Previo a que nos vendaran, encapucharan y nos llevaran. Ella veía que volvíamos hechas una piltrafa”, describió la mujer.

Respecto de la primera declaración que hizo en la cárcel de Devoto, Oliva Cáceres recordó que el juez nunca le preguntó por los tormentos de los que hablaba. “El juez (el ya fallecido Jorge Augusto Enriquez) que está para dictar justicia no me preguntó por eso. Recuerdo la mirada compasiva del doctor Solari que me decía que esto ya iba a pasar”, acotó.

Como en lo dijo en la declaración del ’83, este jueves la mujer ratificó que “al teniente Appiani” lo reconoció por la voz. “Se hace difícil puntualizar la voces por la venda y la capucha. Pero la cárcel me permitió desarrollar mucho todos los sentidos: las voces, los grillos, el olor de la mugre y el ruido de la picana no se olvidan… ir al dentista años después me recordaba la picana. Las voces son inconfundibles, la voz de Ramiro, la de Appiani está acá”, dijo Cáceres, mientras señalaba su cabeza. “Hay voces que no volví a recordar, pero le aseguro que si Zapata, Balcaza o Duré estuvieran acá los reconocería”, le espetó al magistrado. Y continuó: “También le reconocería la voz a Pancita Rodríguez. Algunos se murieron y otros eligen no estar presentes. Pero las voces están presentes, porque se encargaron de grabármelas a fuego… reconocería a Appiani que se burlaba de las mujeres. No sé si él manejaba la picana. Si digo que me tiraba agua, que mientras estuve 10 días estaqueada y me tiró un animal que se me prendió al cuerpo, mentiría. Pero es él quien se tiene que defender. Hablo del reconocimiento de la voz”.

En la UP 6

“Fui detenida el 24 de marzo y a la UP 6 llegué en abril. En febrero, después del ‘Consejo de Guerra’, nos llevaron a Devoto. Luego nos devolvieron acá, como para reinsertarnos”, describió. “Cuando llegamos a la cárcel de Paraná nos encontramos con un penal dividido, un sector para detenidas comunes y otro para detenidas políticas. Estaban las presas comunes, y las guerrilleras, subversivas, comunistas. Era un penal modelo en Entre Ríos. Nos encerraron y compartíamos solo nosotras. No teníamos visitas. Después de 20 días ni le digo cómo llegamos, nos prestábamos ropa. Cortaron todo con el exterior. Sólo recibíamos la visita de un sacerdote que más de una vez se enteraba que nos sacaban a torturar. Tuvimos un trato salvaje, nos decían que nos iban a fusilar, a tirar a un pozo, mientras estábamos tiradas en una estopa”, detalló.

Oliva Cáceres contó que Bidinost abría las puertas para que las llevaran y veía el estado en el que volvían. “Un día me dicen las celadoras que me prepare. Vi policías y militares. La miré a Susana y le pregunté qué pasaba. Me dijo que me venían a buscar, le repregunté a dónde me dejaba ir y por qué, pero se dio media vuelta y se fue sin responderme”. La mujer recordó que la sacaron varias veces de la cárcel. “Siempre vio que volvía ‘hecha percha’, lastimada, quemada, ultrajada, angustiada”, lamentó.

“Estos torturadores querellados nos dieron la oportunidad de no andar haciendo justicia por mano propia. Yo sigo creyendo que va a haber justicia”, expresó.

La Tapera

Contó también que en una oportunidad, mientras estaba clandestina y era torturada, llevaron a su papá a ese lugar que ella reconoce como La Tapera. “A mí me habían sacado unos 10 días del penal. Ya me habían torturado sola. Pero en un momento escuché unos pasos y que alguien dice ‘saludála, ahí está’. Pensé en mi marido, pero era mi papá. Él me dijo que no me preocupe, que nos iba a ir bien, ‘qué nos puede pasar, si total somos peronistas’. Lo insultaron a él y escuché movimientos raros. Estaba estaqueada. Entonces fue una sesión conjunta de tortura. Nos escuchamos torturados. En un momento escuché que alguien dijo: ‘te dije que pararas y era a mi papá que lo estaban sacando’. Después no lo escuché más y siguieron conmigo. Si usted me dice si había un médico, no sé, pero había alguien que alertaba si uno se podía quedar seco ahí”, declaró.

Siempre le decían a Cáceres que lo que estaba viviendo “era culpa” de su marido. “Es la mentalidad de ciertos hombres que piensan que las mujeres no tenemos ideas propias. Hoy serían juzgados por violencia de género”, reflexionó, y agregó: “Alguien me dijo que si me hubieses elegido a mí no te pasaría esto”. “Siempre me llamó la atención que supieran el color de bikini que yo usaba en la playa”, acotó.

Añadió que en La Tapera (ubicada en la zona de la Segunda Brigada Aérea, al final de pista) siempre se sintió vigilada. “Un domingo entró alguien y nos dijo que como era un día precioso nos iban a sacar a tomar sol. Pensé que nos fusilaban. ‘Siéntense, siéntense. Como sabemos que son católicos, les vamos a dar la comunión. Pensé que me iban a poner un bicho en la boca. Nos hicieron sentar en piedras y yuyos, en redondo mirábamos hacia afuera. Cuando nos levantamos, veo el cáliz, abrí la boca y era una ostia. Pensaba que era la extremaunción. Después, cuando volvimos al interior alguien me dijo que me saque la capucha y la venda. Yo dije que no. Me respondió que no iba a dejar que lo viera. Me trajo una escoba para entretenerme. Estaba todo derruido, por eso sé que era La Tapera. Había paisaje entrerriano y un pozo de agua. Escuché la serenidad cerca del río. La pieza que barrí tenía mucha suciedad. Eso duró unos 10 o 15 minutos. La persona que estaba conmigo me dijo que lo mirara. Tenía una media puesta en la cabeza y estaba todo tapado con algodón. Cuando estuve barriendo pasó delante de mí sin la media. Me golpeó porque lo había visto. Y ahí me hizo bañar en un camión cisterna para que estuviera bien, para cuando llegue la patota. Sé que estuve en La Tapera”, narró.

Cáceres cree que La Tapera estuvo en el camino que va de Paraná a Diamante. “Yo creo que está ahí, porque siempre miro para el mismo lado cuando cruzo. Pasando el INTA. En ese lugar hay matorrales y se ve el río. No sé si es ahí y lamento si no sirve el aporte”, planteó.

La oportunidad para decir la verdad

“Ahora, con todo esto del proceso, Armocida fue a mi casa dos o tres veces. Me dijo ‘yo a vos y al Petizo te juro que no les hice nada, pero igual si creen que les hice algo, les quiero pedir perdón porque si me muero quiero hacerlo en paz’”, aseveró. “Cuando fue la tercera o cuarta vez no sabía cómo sostener la situación. Entonces le marqué: ‘mirá Peti, vos decís que no fuiste pero sí sabés quienes fueron y yo sigo sin saberlo. Si te llaman a declarar, decí lo que sabés. Y me contestó que de madrugada lo despertaban los mensajes. Creo que si está apartado por desvaríos, no es porque nosotros lo hayamos perseguido, sino porque ellos no se dejan en paz. Ellos saben quién es quién entre cada uno y tienen la oportunidad histórica de decir la verdad”.

“Hagámonos cargo todos para enterrar un pasado vergonzante. No para olvidarnos, sino para que las madres encuentren a su s hijos, nietos y familiares. Estoy haciendo un llamado a que cada uno encuentre sus propias miserias”, completó.

Fuente: Análisis

(La Nota digital)

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