Pagnotta escribe prosa y poesía. Es responsable de Revista Kundra.

VERSIONES SOBRE EL RÍO

 

A mi amor, a mi Fogwill de Boedo, Tommy Tow.

 

De pronto me despierto del coma. El olor a encierro me ha curado. Veo mis manos y noto que no tengo más que vendas que cubren cada centímetro de mi piel hasta dejarla inmóvil o eso pienso al intentar moverlas. Miro a la derecha y veo un botón sobre una mesita de roble repintada de blanco aceituna. Con las manos así no puedo hacerlo; no puedo extender mi brazo hacia la mesa. Desisto. Estoy solo. Grito y pido ayuda. Grito lo más fuerte que puedo a la espera de una esperanza absolutamente inútil: que una enfermera me asista o que alguien venga.

Imagino que estoy en un Hospital público de pésima atención pero después de unos segundos miro a mi alredor y noto que soy el único en la habitación y veo, además, un led a medio prender del que no escucho el sonido, ¿esto anda, o no? Sigo mirando la habitación y las paredes están plastificadas, como laqueadas, cubiertas con un empapelado que a mi gusto es horrible pero que, sin embargo, combina con las sábanas que tengo y el tapizado del sillón de corderoy que está a mi costado. La enfermera no llega. Sigo mirando mis vendajes, trato de recordar y no puedo. Miro mis manos firmes, tiesas, tullidas ¿qué me pasó? Nadie aparece. Miro las ventanas para ver si es de día o de noche pero no logro distinguirlo. No tengo a nadie cerca que me diga nada, pero tengo conectados unos tubos y unos cables que —presumo— son vitales. Nadie viene.

El techo es bastante alto y aunque no puedo ver bien porque siento la espalda cansada, la cama está bastante alta del piso. Delante mío veo un escritorio con un pequeño ramo de fresias. Pienso entonces que las fresias solo se venden en primavera pero no puede ser septiembre, era verano. Recuerdo algo vago, extraño, lento. Me veo embarcado. Me veo naufragando el Río de La Plata. Sigo solo. Naufrago. El río nunca estuvo tan picado. Es de noche y estoy en el río. Hace un poco de frío, bajo a las cuchetas a buscar un abrigo. Estoy perdido en mi cabeza. La enfermera no viene. Grito de nuevo pero, ¿me escucharán? En la televisión veo algo del Papa y de una visita a Cuba. Estoy naufragando, de nuevo. Vuelvo a la cubierta del barco, ¿o eso fue antes de bajar? Nadie viene. Naufrago. Veo el rostro mudo de Melisa.

La veo en el puerto, caminando por el muelle o más que verla, siento su pelo perderse en el viento y entonces veo el contorno de sus ojos. Veo sus ojos llevándose todo el río. La veo. Nadie viene. Ya no grito. Salgo del río pero el viaje termina, otra vez, termina; busco, doy la última exhalación con el último suspiro, pero no es posible: no hay terreno donde anclar; la pierdo, pierdo a Melisa para siempre.

ANGIE PAGNOTTA

Nació en Godoy Cruz, Mendoza, en 1987 y a los pocos meses de vida se mudó a Buenos Aires. En 2012 fundó Revista Kundra: literatura aleatoria y el portal de Arte y Cultura, Baires Digital. Colaboró y colabora en distintos medios digitales y gráficos de Argentina como Revista El Gran Otro, Diario Femenino, Revista Dínamo, Cultura Registrada, Entrevistar-Te y Continuidad de los libros. En 2013 obtuvo una mención en narrativa por su cuento “Alejandra”, otorgado por la Biblioteca Nacional.

(La Nota digital)

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