Martín Pucheta nació en Gualeguaychú, Entre Ríos, en 1981. Es profesor de Lengua y literatura.
Publicó Superbóreos (Zorra/poesía, Buenos Aires, 2009), Matota (El chancho armónico, Gualeguaychú, 2009; La gota, Santa Fe, 2010), Sonajero de misterio: los tomuer, junto a Nicolás Cambon (autoedición, Buenos Aires, 2009), Superjardín (Ediciones En Danza, Buenos Aires, 2010), La Rusa-Matota II (Singular, Gualeguaychú, 2011), río raíz (Singular, 2012), Podría haber sido un haiku (Singular, 2014) y Tocar de oído (autoedición, Gualeguaychú, 2015). Integra las antologías Última poesía argentina (En Danza, 2008), Felicidades también (autoedición, Buenos Aires, 2005), Poemas con famosos (Ananga ranga, Resistencia-Corrientes, 2010), Palimpsesto-parrincesto, antología enfermiza (Ananga ranga, 2011), Hijo e pluma (Ananga ranga, 2014) y La Plata Spoon River (Libros de la talita dorada, La Plata, 2014).
Coordinó en 2013 el 6° Encuentro Nacional Itinerante de Escritores (ENIE) en Gualeguaychú. Ha escrito letras para canciones de Juan Pablo Pérez y Cato Fandrich. Integra la banda de rock Leda lid y el proyecto Arboreal. Forma parte de Espacio Delta, colectivo cultural. Administra el blog www.superjardin.blogspot.com.
de Superjardín (2010):
A Dios ¡yo le voy a dar!
Yo le voy a rezar al Universo
para que Dios esté más arriba,
para que salga de ese espacio
del ángel apagado y la virgen dormida,
para que suba a la tierra
y vuelva a dar la cara.
Yo le voy a rezar al Universo
para que Dios cuando suba
se defienda.
Que saquen las cruces que lo atraen
a morir de antemano,
que alejen todo el vino que lo emborrache.
Yo le voy a rezar al Universo
porque quiero agarrarme a las trompadas con Dios,
sin mandamiento de nadie
o por el ruido de la sangre,
de pura valentía cósmica,
de pura camorra celestial.
A Dios ¡yo le voy a dar!
Sin rayos poderosos
ni milagros
ni Papas alentadores,
solos, yo y Él,
y que el Diablo
también se quede afuera.
Una pelea
sin perjuicio para nadie,
sin mágicas hostias
ni santas trinidades,
yo y Él,
a puño limpio,
de Hombre a hombre
con los pies sobre la tierra.
Quiero dejarle los ojos de mora,
el pie mocho,
la nariz estrangulada,
morderlo si hace falta
y por último arrancarle el corazón.
Y si muere por fin, si lo mato,
podré calmar la sed
y el hambre que me sobre.
Yo le voy a rezar al Universo
porque Dios está sordo
o se hace, pero está.
A Dios ¡Yo le voy a dar!
Sarmiento jugador
¿De qué jugaba Sarmiento?
¿De ocho?
Va fuerte Sarmiento
¡Mucho Sarmiento! ¡Mucho!
Cuchillo entre los dientes
y rosas
en el ojal.
Sarmiento pone huevo.
Pero de toro. Y se achican
los contrarios.
El íntimo tapón en los tobillos.
Ellos ponen igual
pero con piel de gallina.
Un poroto, Giunta.
Rattín, una lenteja.
Un capullito el Checho Batista.
¡Astrada inculto!
Debería ser el capitán
Sarmiento.
Que sangren. Que abonen
el campo. Es el alma
del equipo.
Belgrano puto.
Cagón San Martín.
No lo gocen a Sarmiento.
No lo carguen.
Les da con un caño.
Les mete un tiro libre.
Antes
el taco en la canilla.
Con sangre entra.
Con sangre, red.
Le da con un fierro.
A la unión.
Ese arquero
esconde flechas.
Le da con todo. Con efecto.
Sarmiento quema la red.
Las arañas.
Es el alma. Puedo verlo:
Campeones del mundo
con Sarmiento.
Barre la cancha
como barre en la campaña.
Va bien de arriba,
¡bien Sarmiento!,
prócer, máquina, maestro.
Frentazo,
o parietal derecho,
otra clase Sarmiento.
¡Estos indios!, hinca
el codo,
cabecea.
Otra pelota.
Otra cabeza.
Chocan las ideas,
los estilos.
Chichón romántico
Sarmiento.
Choca el destino.
Sarmiento más allá
del bien
y del mal,
de Menotti, Sarmiento,
de Bilardo, más allá.
Se hace la rabona,
sin falta,
da el ejemplo.
Se manda una chilena
hacia el arco del sur.
Qué linda es una chilena,
es una constelación
sobre el campo.
Roja Sarmiento.
Se pone colorado.
Se va al carajo
con el árbitro.
¡Vamos! ¡Afuera!
Siga, siga.
Pero no.
No puede seguir.
Ahora que se armó
el partido.
Se van los hinchas,
los bárbaros se van.
Muchas fechas.
Muchas para Sarmiento.
Para él nomás.
Todas para él.
Sarmiento sigue.
En el centro del campo.
Desierto Sarmiento.
La chusma llora.
Embarra la cancha.
Le hincha las pelotas.
Hay que esperar.
Que pase.
La calentura de Sarmiento.
de río raíz (2012):
Laberinto de agua
el río lleva estrellas hacia horizontes de lluvia
respira el monte
me envuelve un animal de sueños vegetales
las canoas parpadean
ojos muertos que miran un tiempo celeste
alguien sube
aletean los remos en el cielo de las aguas
río abajo hay un templo abandonado
las ramas por la ventana
el vitraux desperdigado de la luz
fronda en la fronda
todo el delta sucede en la hoja de un árbol
laberinto de agua
toda hoja sucede en las manos
de un Dios gurisito
a punto de dormir
en mitad de la oración se apaga
o de ese silencio con el peso del barro
cada templo es una trampa de fuego
El grillo
ya no tienen las alas
el poder
de volar, ahora
instrumentos
de un canto que imanta el aire.
el que ya no puede ir
atrae
Schopenhauer
El diablo rompe una vez más
la ventana de Dios
y la luz escapa
como viento de locura.
En los campos que ahondan
la noche que se eleva
se arrojan
los vidrios rotos,
agudos de brillo y miseria.
Si se mira bien
la herida en los ojos
no cierra jamás.
de Tocar de oído (2015):
II
Juegan los gurises en el templo inerme,
lo sitian pastizales, llamas secas
que orean su amor al sol,
lo punzan las estrellas del espinillo,
el rocío de la aurora lo unge,
lo curan las heladas
que endulzan bajo la cáscara.
Un ritmo insiste,
afirma un retorno, motor del azar,
y vibran palabras que parecen
no estar en ese amor con las cosas.
Ahí
las miradas se espejan
en un tiempo de aguas hondas,
riman con la luz
de los peces tintineantes.
En el templo perdido recobran la gracia,
su risa es un imán de ángel.
Se desperezan las piedras.
Ve ver
Tiene pocas cosas
Diógenes el cínico.
Muy poco:
una bolsa, una manta, un bastón.
Y un cuenco
tenía pero al ver
beber a un niño
agua con sus manos
lo arrojó.
Jung
Llueve. El ruido suave de las chapas
es un cielo para el canto de las aves.
Tranquilo anoto el sueño
que no vuelve: el cuerpo ajeno,
la voluntad encarcelada en él.
La misma habitación, la misma cama.
La angustia boca arriba,
no saber
si sueño aún.
Esquina
Atravesar las cortinas de plástico y oír
mirando las botellas de Marcela en el estante más alto
y una telaraña empolvada
entre el techo y dos picos,
Heartbreaker del Led Zeppelin II,
un día de invierno ezquizofrénico,
peligroso de piedra.
Miento. Es al revés.
La canción es la que trae de memoria
los detalles, la que empolva la tela
entre los cuellos y el cielo.
No escuché Heartbreaker esa vez
aunque si ahora la escucho ya estaba;
como esas guitarras que al cambiar
el cassette de equipo
se vuelven más audibles.
No se prendería aquel silencio o espera,
que reabre en su retorno el espacio,
mientras busca los puchos
que un amigo le pidió el almacenero,
si no me enloqueciera este riff
si la belleza no brillara en el registro del grito.
Rock, almacén vibrante
de ladrillo a la vista contra el gris.
Miento, sí: la verdad
está en la relación.
(La Nota digital)














