N. Loza

Es noviembre y por el vitral entra una tenue luz de jueves por la tarde. Estoy reclinado en el banco de la Iglesia San Miguel. Voy seguido a rezar allí. Está  en  la esquina más porteña de Paraná, ahí en Buenos Aires y Carlos Gardel, cruzando la plaza. Me gusta su estilo neogótico.

En su interior, se encuentra una bella obra de arte del arcángel San Miguel,  hecha por un escultor genovés de nombre Doménico de Carli, tallada en mármol blanco. Las pinturas del techo también son muy bellas, son de los años cincuenta, el italiano Carlos Castellán y el entrerriano Juan Carlos Migliavaca fueron sus autores. Su atmósfera es plena, bella, verdadera.

En una de las paredes hay un cuadro de José María Escrivá, y una piedra del Alzcázar de Toledo, de la querida Madre Patria, que fue ofrendada por el embajador argentino en la época del peronismo.

Reclinar la cabeza y adorar al santísimo allí, es algo verdaderamente hermoso en ese lugar. Cuando suenan las campanas, puede uno sentirse en un estado singular, experimentar de forma elevada, la imitación de la belleza.   

* Más relatos del autor en su blog personal.

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