N. Loza
Era de madrugada, tarde. Caro miraba series en Netflix, en la pieza. Yo estaba terminando de escribir un artículo periodístico en la cocina mientras veía las luces de las balizas policiales afuera, cuando tocaron la puerta.
—¿Quién es? — dije, entre el asombro y el miedo. Los controles policiales no permitían circular a esa hora. Nadie sabía bien qué pasaba.
—Soy, Carlitos— dijeron del otro lado de la puerta. Dejame pasar, haceme el aguante. Rápidamente abrí la puerta.
Carlitos entró nervioso con un cuchillo ensangrentado en la mano, jadeante. Casi no podía respirar.
—¿¡Qué te mandaste, boludo!? —le pregunté.
—Me metí en la villa y me quisieron robar. Le metí un puntazo al negro. No me quedaba otra, o lo mataba o me la iba a dar a mí— me confesó.
—¿Te vió alguien? ¿Te siguió la cana? ¿Qué pasó con el loco? — le pregunte, atosigándolo.
—¡No sé, no sé! Me cegué y me largué a correr.
—¡Puta madre que te parió! ¡Puta madre que te parió! — le reproché.
—¿Qué pasa? — dijo Caro, que se había levantado de la cama.
—Nada— le dije. Poné la cafetera y buscá el arma que está en el cajón de la mesa de luz. Me miró desorientada y se le pasó la fiaca enseguida.
Carlos se sentó en el sofá. Estaba desorientado, ido. No entendía nada de lo que estaba pasando. Me encargué de ver si había suficiente comida para pasar unos días. El gobierno iba a limitar las libertades individuales y eso incluía la circulación en la vía pública. Era poco probable que las autoridades se enfocaran en resolver un delito como el que había cometido Carlos porque los medios de comunicación vendían su rating con otras cuestiones. Caro guardó silencio y buscó un colchón inflable que teníamos en el placard.
—Podes dormir acá—le dije a Carlos. Vamos a ver cómo avanza esto.
—Ahí está la caja con las balas— dijo Caro, más preocupada que antes.
Cuando se le pasó un poco el temblor a Carlos, le saqué la campera que llevaba y la colgué. Le revisé los bolsillos. Tenía bolsas de cocaína en el derecho.
—Tratemos de tranquilizar esta situación— les dije. Ahí en la alacena hay whisky. Tomemos unos tragos y veamos qué pasa en las noticias. Encendimos la TV en silencio y pusimos música con Spotify. Empezó a sonar Superficies de Placer.
No sé si nos favorecía o no, pero en las noticias anunciaban que la democracia había dejado de existir y se había implantado una oligarquía como nueva forma de gobierno esa misma noche. El clima en la calle era opresivo, los controles estatales iban en aumento y la libertad iba a ser administrada estrictamente por la elite gobernante. Pusimos hielo a los vasos, aunque, esta vez, no había razón por la que brindar.
FIN
